
En un giro inesperado del destino (y de los decibelios domésticos), un matrimonio local descubrió el secreto para una coexistencia armoniosa: la sordera súbita del marido.
Lo que en principio habría paralizado la carrera de un músico profesional, en este caso se convirtió en una bocanada de tranquilidad para un hombre harto de las "ojivas nucleares" de las reclamaciones cotidianas de su esposa.
Creía que había mejorado la convivencia pero se había quedado sordo. Jajajajajaaj
— Jose (@Jose1977cba) February 4, 2022
Según fuentes cercanas al hogar, ella venía acumulando advertencias, quejas y ronroneos de reproche con la misma sutileza de un misil balístico. "Cerrá la puerta, pasame la sal... ¿Viste que me dejaste la toalla mojada?...", eran solo algunos de los comandos que emitía con precisión militar.
Hasta que el señor C. (por reserva de identidad) empezó a experimentar unos extraños "zumbidos" matutinos, que derivaron en un diagnóstico tan sorpresivo como bienvenido: hipoacusia bilateral de intensidad "muy conveniente".
Desde aquel día, el aparato detrás de la oreja queda guardado en un cajón (junto a los tapones para la bañera) y ningún reclamo ha logrado atravesar sus tímpanos.
"Pensé en comprármelo", confesó el flamante sordo aficionado, "pero ¿para qué? Si no lo escucho, no me estreso".
En cuestión de horas, la bandeja de "pendientes de conversación" se vació por completo: las protestas sobre el césped a medio cortar, los "te-he-contado-mil-veces-que-no-compres-chocolate" y hasta los monólogos acerca de los suegros fueron barridos de un plumazo, o más bien, de un tímpano.
Ella, sin embargo, no lo toma con tanto humor. Asegura que su marido "está viajando en primera clase hacia el paraíso del despiste".
En su defensa, manifiesta que jamás fue "ruidosa"; simplemente llevaba una viva charla de amor… O de logística doméstica. Pero, claro, el sonotone casero le ha puesto un filtro directo al país de los silencios: "¡Si me quejo en voz baja, ni me oye! ¿Me grito? ¡Entonces le vuelvo a explotar la cabeza!".
Entre tanto, los especialistas locales apelan a la ironía: "Hay parejas que practican la meditación o el yoga para convivir mejor. Este matrimonio, si bien sin quererlo, ha descubierto la terapia de silencio forzado".
El marido celebra su nueva condición auditiva: "Antes, todo me rebotaba como cuetes en año nuevo. Ahora, escucho solo lo que quiero… Que no es ella". Y ella, resignada, planea su próxima jugada: aprender lenguaje de señas o, en su defecto, comprarle un megáfono.
Moraleja de este cuento cordobés: a veces la paz conyugal llega por donde menos se espera… Y, además, sin volumen.