"Kari, la pastelera": la serie que Netflix no pidió pero igual existe en nuestras pesadillas dulces

En un giro que nadie pidió pero que todos secretamente esperaban, la segunda temporada imaginaria de "Kari, la pastelera" llega (en la imaginación colectiva) con todo el brillo, el fondant y la ironía necesaria para endulzar (y sin anestesia) la sobremesa política.
Antes de que alguien lo aclare: esto es una nota de humor/sátira. Karina Milei, figura pública y protagonista involuntaria de portadas y chismes, pasa aquí a ser la heroína de una comedia dramática-culinaria que cura más que el corazón partido: cura hipo, dolor de callo y hasta la muela del juicio (según la sinopsis, con receta incluida).
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— carlos alberto silva (@carlosa17082699) August 27, 2025
La premisa es simple y ridícula, exactamente como nos gusta: Kari, después de abandonar momentáneamente la burocracia y el feng shui presidencial, abre una pastelería clandestina donde cada medialuna viene con una promesa política y un sticker con instrucciones para “recuperar la calma monetaria (o al menos fingirla)”.
Críticos ficticios ya hablan de “una actuación contenida, con un dejo de dulce de leche y mucho histrionismo familiar”.
El elenco de apoyo incluye al perro "Coiman" (autoproclamado “mascota del penal” en la versión onírica de la serie) cuyo papel consiste en ladrar a los cortes de luz, posar para los memes y repartir flanes de consuelo en cenas oficiales.
Trama recomendada: episodio 3, “El flan y la factura”, donde un soufflé perfecto convence a un ministro de firmar un decreto que nadie entiende pero aplaude.
Los ganchos de temporada (sí, imaginarios) que harían saltar cualquier algoritmo de recomendación:
- “Kari y la curación instantánea”: monólogo en el que la pastelera promete eliminar el hipo en tres pasos y una mermelada amarga.
- “El callo que nunca fue”: episodio musical que mezcla estética de reality show con tutorial podológico (spoiler: la solución es plantillas y psicología deportiva).
- “La muela del juicio”: episodio final, tenso y lacrimógeno, donde una muela simboliza la difícil decisión entre decir la verdad o deslizarla dentro de un hojaldre.
La crítica (inventada pero filosa) no perdona: algunos la acusan de exceso de azúcar; otros, de usar política de repostería para distraer. Un comentarista imaginario la definió como “la serie que transforma crisis en crema chantilly: estética, inofensiva y pegajosa”.
Otro agregó, entre risas, que el verdadero final sería un spin-off titulado "Los postres del poder", con cameo de economistas convertidos en pasteleros y una mesa de mezcla que calcula el PBI por cucharada.
Para los que temen la mezcla de ficción y realidad: respiren. Si Netflix no ficha a esta idea, al menos nos queda la maravilla de convertir la actualidad en pastelería mental.
Y si Karina (o su equipo de comunicación) decide demandar al universo por apropiación de recetas, que sepa que todo aquí es amor dulce, sátira y un poco de sarcasmo reciclado.
Cierre de temporada (y de nota): en el episodio imaginario extra, Kari abre una clase de pastelería política para principiantes. Primera lección: cómo cubrir un escándalo con merengue.
Segunda lección: si todo falla, siempre hay tartas. Y si hay que elegir entre la verdad y una masa hojaldrada, recuerden: en la ficción, la masa nunca miente… Pero sí se puede quemar.